“Supongamos que hubiera una
píldora que si la tomáramos a diario nos reduciría la ansiedad y el estrés.
Supongamos, además, que esta píldora aumenta la autoestima, mejora la memoria,
es natural y no cuesta nada. ¿La tomaría usted? Esta píldora existe y se llama
meditación.” La pregunta la hace el
psicólogo social Jonathan Haidt en su libro ‘La hipótesis de la felicidad’. Si
así es, ¿por qué tan poca gente utiliza semejante medicina?
Disculpas abundan. La más
común –no logro concentrarme– es, en verdad, la mejor razón para sí meditar.
Los deseos desordenados y las aversiones, que conforman nuestro ego redundante,
son la causa de la resistencia. El inquieto y mandón ego redundante –“el mico
en el bosque”, del Buda; “la voz en su cabeza que pretende ser usted”, de
Eckhart Tolle; “las maripositas de las noches, importunas y desasosegadas”, de
Santa Teresa de Ávila– se resiste a meditar.
Tras anular a nuestro ser
esencial, básico y autónomo, el ego redundante nos priva de libertad de acción;
él toma todas las decisiones. ¿Qué hace la meditación de atención total? Sencillo: su práctica continuada reduce el
tamaño del ego redundante y termina controlándolo, cuando no aniquilándolo.
La meditación de atención
total fue desarrollada por el Buda hace veinticuatro siglos. En su versión
básica, el meditador, con los ojos cerrados, permanece sentado e inmóvil en una
posición cómoda y en un lugar tranquilo, por tanto tiempo como le sea posible,
observando imparcialmente su respiración y retornando su atención a ella, cada
vez que su mente se distrae. Existen otras aproximaciones a la meditación (raja
yoga, zazen, transcendental…); estas, sin embargo, son ‘pastillas de menor
potencia’. La meditación de la atención total es parte de la receta del Buda
para eliminar el sufrimiento, –la ansiedad y el estrés, en terminología
moderna–. Armonía interior, el destino automático de la meditación, es la
ausencia de sufrimiento.
Las ciencias neurológicas
están comenzando a entender el funcionamiento de la meditación. Las neuronas no
funcionan aisladamente sino que se organizan en conjuntos o circuitos que
procesan tipos específicos de información. Unos grupos ordenan tareas o
aumentan su actividad (circuitos excitadores); otros las detienen o disminuyen
su ímpetu (circuitos inhibitorios).
Desde el punto de vista
fisiológico, la meditación de atención total es un ejercicio de quietud física
(la parte fácil) y silenciamiento mental (la parte difícil) y, como tal, es un
entrenamiento intensivo de los circuitos inhibitorios, que nos aquietan y
apaciguan. Siguiendo la regla común de ‘función que no se usa, función que se
atrofia’, los circuitos inhibitorios neuronales, cuando son desaprovechados o
ignorados, se emperezan o paralizan, y suspenden su función saludable de
control.
Por ejemplo, si continuamos
comiendo encontrándonos ya llenos, estamos pasando por alto el circuito
inhibitorio que nos dice “¡suficiente!”. Si atravesamos por un incidente
amenazador y seguimos asustados tiempo después del evento, estamos ignorando al
circuito que nos ordena “¡ya cálmese!”. Cuando los ‘vigilantes’ inhibitorios
registran que no les hacemos caso, se aburren y paran de trabajar. ¿Resultado?
Gula, sobrepeso, tensión arterial alta, cardiólogo… O miedos infundados,
traumas, pánicos compulsivos, psicoterapeuta…
La práctica de la meditación
de atención total enciende y apaga repetida e intensivamente los circuitos
inhibitorios (divagando, inhibición inactiva; concentrado, inhibición actuando)
y, en una especie de calistenia neuronal, los retorna a su funcionalidad
normal. Entonces, el goloso se sentirá
satisfecho tan pronto haya comido lo normal y el miedoso se calmará
cuando los peligros hayan pasado.
Con la práctica persistente de
la meditación de atención total, varias cosas comienzan a suceder: (1) la
meditación se vuelve una tarea agradable y un hábito que no demanda esfuerzo
para encontrarle tiempo; (2) el meditador entra
en niveles más y más profundos de silencio mental; (3) la facultad de la
atención se fortalece; (4) la salud mejora. Estos progresos simplemente ocurren y, sin buscarla ni darnos
cuenta, la armonía interior se cuela de manera espontánea en nuestra vida.
Mientras la mente de una
persona esté en manos del ego redundante ni las enseñanzas del Buda ni la
neurología la convencerán de las ventajas de la meditación. El interesado tiene
que lanzarse al agua. A punta de lógica no se persuade al ego redundante. No se
limite pues, amigo lector, a ensayar la píldora… Sin pensarlo mucho, empiece a
tomársela todos los días.
Gustavo Estrada
Autor de ´Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/Armonia-interior
Autor de ´Hacia el Buda desde el occidente’
www.harmonypresent.com/Armonia-interior
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