Mi interés por Krishnamurti
comenzó en 1986 cuando me enteré de su muerte. El párrafo más reproducido de
este filósofo de la India acompañaba la
noticia de la revista: “La verdad es un territorio sin caminos y no podemos
llegar hasta allí por ningún sendero, religión o doctrina… No es posible
organizar la verdad ni se deben conformar instituciones para dirigir o
coaccionar a la gente hacia un rumbo predeterminado”. Si, como considera este
columnista, la aseveración de Krishnamurti
es correcta ¿por qué existen tantos dogmas religiosos y tantas doctrinas
políticas que quieren adueñarse de la ‘verdad’?
Mi entusiasmo por los escritos
de este pensador fue mayor. Leí su biografía (dos tomos de la británica Mary
Lutyens), compré una docena de sus libros, estudié y analicé cinco de ellos, hojeé
los restantes… Cuando compartí con alguien mi aventura intelectual, su crítica
fue mordaz: “No me interesa un autor que necesita tantos volúmenes para
presentar su pensamiento”. Mi amigo me sacudió pues, en verdad, suena paradójico
escribir extenso sobre un recorrido que carece de mapas, direcciones o
distancias.
¿Perdí
mi tiempo? De ninguna manera. Releyendo al escritor hindú, primero, y siguiendo
las enseñanzas del Buda, después, salí de mi confusión. Los discursos de
Krishnamurti (muchos de sus libros fueron transcripciones de ellos), al igual
que los del Buda, lejos de especular sobre teorías, son invitaciones a la
observación del contenido de la mente por quienes les interrogan; en el
instante mismo de los diálogos cada oyente puede paralelizar por sí mismo la
introspección que sugiere el expositor. Otro tanto podemos hacer los lectores. La
auto-observación, me di cuenta entonces, es algo que poco practicamos.
¿Cuál es el territorio de la ‘verdad’ de Krishnamurti? “El hombre es un
anfibio que vive en dos mundos: el mundo de lo dado (materia, vida y
consciencia) y el mundo de los símbolos, el fabricado por el mismo hombre
(lenguaje, matemáticas, música, pintura, rituales…). Sin los símbolos no habría
arte, ciencia o filosofía, ni siquiera habría civilización: Seríamos animales”,
dice Aldous Huxley en el prólogo de algún libro de Krishnamurti. Desafortunadamente,
agrega el escritor inglés, ciertos símbolos en el dominio de la religión y de la
política, cuando actuamos en respuesta a
ellos, llevan a los humanos a utilizar las mismas fuerzas que han desarrollado
“como instrumentos para el asesinato en masa y el suicidio colectivo”. Gracias al mundo de los símbolos, hemos comprendido una porción importante del mundo de lo dado. Sin embargo, mientras que los científicos ya entienden someramente la materia y tienen atisbos de lucidez en el funcionamiento de la vida, son completos ignorantes en el campo de la consciencia. La porción del mundo de lo dado que los científicos todavía no dilucidan es el ‘territorio sin caminos’ del sabio hindú. Es allí donde algunos segmentos del mundo de los símbolos -los dogmas religiosos y las doctrinas políticas- encuentran un campo fértil para apropiarse de él, con los resultados trágicos que conocemos.
¿Cuáles son nuestras verdades hipotéticas aún no comprobadas? ¿Las que aprendimos de nuestros padres? ¿Las que nos enseñaron en la escuela? ¿Las que copiamos de nuestros amigos de juventud? ¿Las que leímos en algún texto persuasivo? ¿Las que escuchamos de algún expositor locuaz? Respondamos con cautela pues solo la mente silenciosa puede ser imparcial.
“Hay verdades que, cuando se repiten, pueden convertirse en mentiras”, dice Krishnamurti. Y agrega: “Tomemos como ejemplo el sentimiento del amor. ¿Podemos repetirlo? Cuando escuchamos ‘amad a vuestro prójimo’, ¿es eso una verdad para nosotros? Sólo es verdad cuando en realidad amamos al prójimo; las palabras pueden ser repetidas pero no el amor. Sin embargo, casi todos nos sentimos contentos con la
insistencia de ‘amad al prójimo’. La repetición de muchas ideas no
es la verdad”.
Los líderes religiosos en sus sermones y los dirigentes políticos en sus
arengas son repetidores de lo que leyeron en sus textos sagrados o en sus
manuales doctrinarios (cuando no en sus cuentas bancarias). ¿Considera usted, amable lector, que su doctrina
religiosa o su credo político constituye
la ‘verdad’? Si así es, relea, por favor, la cita inicial de
Krishnamurti y pregúntese, dejando de lado los sesgos de crianza y educación,
¿sería esta su ‘verdad’ si usted hubiera sido entregado en adopción a unos
padres extranjeros, en el otro extremo del planeta, cuando era apenas un recién
nacido? Gustavo Estrada
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
http://www.harmonypresent.com/Armonia-interior
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