Comúnmente los diseñadores de software
y hardware han programado sus sistemas de cómputo ciñéndose a las reglas del
pensamiento lógico, organizadas estas por cerebros idénticos a los de los diseñadores.
En otras palabras, los actuales sistemas computarizados funcionan de la misma
manera que lógica corriente (aunque más rápido), imitando nuestra facultad de
razonamiento, uno de los cualidades cumbre del Homo sapiens.
Ahora unos visionarios, que se
auto-denominan ‘ingenieros neuromórficos’, se han trazado como objetivo el
diseño de computadores que operen, no cómo una de las cualidades del cerebro (esto
es, no como las reglas de la lógica), sino como el dueño de esa cualidad (esto
es, como el cerebro mismo). En vez de imitar
sus propiedades, los ingenieros neuromórficos esperan construir aparatos que sean
‘cerebros’.
Según Karlheinz Meier, físico de la
Universidad de Heidelberg y uno de los líderes de la nueva ingeniería, para
alcanzar el ambicioso objetivo las revolucionarias máquinas deben, como mínimo,
tener tres características que nuestro cerebro sí tiene pero los computadores
actuales no: (1) Bajo consumo de energía, (2) tolerancia a y autocorrección de fallas,
y (3) capacidad de auto-aprendizaje. Mientras nuestro cerebro consume solo veinte
vatios cualquier súper-computador gasta megavatios. Mientras que un transistor estropeado
puede paralizar un equipo, las neuronas se reparan ellas mismas y, en algunos
casos, el sistema nervioso puede reemplazar las que sucumben. Mientras que a
los computadores hay que enseñarles a aprender, el cerebro posee esa capacidad
innata.
Hay presupuestos grandes y proyectos ambiciosos
para la ingeniería neuromórfica. Ciertamente ocurrirán desarrollos
extraordinarios tanto en robótica, en general, como en los sistemas especializados
de apoyo a las funciones fisiológicas (visión, audición, movilidad…) Los
anuncios continuos de portentosos equipos y programas no pararán de
sorprendernos.
La lista del doctor Meier, sin
embargo, me parece incompleta. Es obvio que la velocidad de proceso y la
capacidad de almacenamiento de datos de nuestros cerebros no podrán competir
con las de las súper-máquinas. Pero no son las matemáticas ni la física (que
tanto disfruté de estudiante) los dominios que nos hacen humanos. Dudo que de
aquí al 2046 haya equipos que simulen nuestra sensibilidad al placer y al dolor,
o las emociones y los sentimientos que de ellas resultan.
Y mejor que así no ocurra. Los
sentimientos incluyen, por igual, tanto amores y odios como altruismos y ambiciones.
Quienes vieron “2001: Odisea Del espacio”, la película de 1968 del productor
Stanley Kubrick y del novelista Arthur C. Clarke, quizás recuerden que HAL, el
computador que allí ‘actúa’, tiene emociones, se rebela contra la tripulación
de la nave y asesina a uno de los viajeros. Algunos futurólogos consideran que,
como HAL, los robots trataran de dominarnos una vez nos superen, esto es, que
tendrán ‘intensificados’ nuestros odios y ambiciones, defectos estos que entre
los humanos actuales parecen superar a nuestros amores y altruismos.
HAL no se materializó en el 2001 y confío
que las súper-máquinas del 2046 no se enamorarán ni saltarán de alegría cuando
‘su equipo de fútbol’ haga goles. (¿Podrán tener equipo favorito?) Y, si
alguien les rompe de un golpe cuatro circuitos integrados, no gritarán “Ay
hijuep…” (A menos que las hayan programado para actuar y el golpe no las haya noqueado.)
Y, si no son capaces de hacer esto, mucho menos querrán adueñarse de la Tierra.
Gustavo Estrada
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