Sunday, May 26, 2013

Nuestros datos personales están en venta


En alguna compra reciente un vendedor me ofreció una promoción especial; para ganarme el tal descuento, sin embargo, él tendría que ingresar mi número telefónico y mi correo electrónico en el ‘sistema’ de su empresa. “No, gracias”, respondí con seriedad. “Mis datos no están a la venta y detesto las llamadas y los correos publicitarios”. “Está bien, señor, pero sepa que su información ya anda rodando por todas partes”, comentó el empleado con tono burlón.

Y el hombre tenía razón: Nuestra hoja de vida está siendo vendida y nadie nos la está pagando. No es de extrañar pues que cada hora lleguen a nuestro computador personal veintidós correos promocionales (en los cuales ni el remitente ni su mamá aparecen identificados) y nueve pantallas publicitarias que misteriosamente aparecen en la mitad de lo que estamos leyendo.

Con tanta propaganda indeseada el equipo se vuelve súper-lento o se queda quieto y, cuando ya vamos a estallar, divisamos un e-mail recién llegado el cual, por provenir de un buen amigo y buscando un poco de calma, procedemos a leer en espera de alguna estimulante noticia. El tal amigo, que ya borré de mi lista de contactos, no escribe ni siquiera un saludito y, en cambio, sí manda un anexo PowerPoint que demora catorce minutos en abrirse y, con “La canción de la alegría” como música de fondo, tiene el sugestivo título de “Cómo mejorar la paciencia a través de la oración”.

Las ventas de la información personal, que sus hábiles negociantes consiguen casi gratis, no pararán de crecer. Las dificultades con mi computador personal son apenas la punta del iceberg. Las bases de datos, localizadas quién sabe en dónde, conocen con precisión lo qué compramos y en qué sitio, el modelo de nuestro vehículo, nuestro banco (lo de ‘nuestro’ es un decir) y nuestros viajes. A nadie le gusta que lo espíen pero pocos se están preocupando por ello; no todo es bueno en la era digital.

Un crítico interesante de esta incoherencia es el genio Jaron Lanier, uno de los pioneros de la ‘realidad virtual’ y actual funcionario de Microsoft. Este científico (y músico) norteamericano, a quien el gigante de tecnología le paga (supongo) para que cuente lo que está pasando por su cabeza, reconoce el problema macro del embrollo y se atreve a proponerle soluciones, advirtiendo de entrada las dificultades que presenta su implantación.

Jaron Lanier le echa la culpa de la anómala situación a la arquitectura misma de la web pues su diseño promueve el intercambio de datos personales, a cambio de suministro sin costo de diversos servicios como correo electrónico, redes sociales, blogs o websites. Dejando claro que, por sus contribuciones a la tecnología, él mismo es parte de lo que está criticando, el científico sugiere un complicado mecanismo para que las empresas recolectoras de información cobren por los sistemas que están ofreciendo (en vez de proveerlos gratis) y que, al mismo tiempo, paguen a las personas naturales una micro-comisión por cada transacción de su venta.

No obstante la bondad de la intención de Lanier, los pesos pesados de la tecnología -los beneficiarios del negocio- difícilmente apoyarán los desembolsos de dinero a los millones de ciudadanos comunes; el manejo de las transacciones para efectuar tales pagos resultaría demasiado complejo. Por otra parte, la mayoría de usuarios posiblemente se inclinaría por la continuidad de los servicios ‘gratis’, a pesar de los costos escondidos en la pérdida de privacidad. ¡Qué paradoja!

Hace algunos días comenté mi frustración por este insoluble dilema con otro viejo amigo -viejo tanto por la antigüedad de nuestra amistad como por la lejanía de su fecha de nacimiento- quien, de inmediato, puso una cara feliz. “¿Qué te pasa?”, le dije bastante incómodo. “¿Te parece poco que no tengo tus problemas?” contestó. “¿No te han robado jamás tu correo electrónico?” pregunté ahora medio furioso. “¿De qué me estás hablando? Soy el único usuario de mi máquina de escribir, que no se bloquea jamás ni necesita claves de acceso, copias de seguridad o programas antivirus”, comentó a las carcajadas, para después largarse y dejarme hablando solo.

 

Gustavo Estrada

gustrada1@gmail.com

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