En alguna compra
reciente un vendedor me ofreció una promoción especial; para ganarme el tal descuento,
sin embargo, él tendría que ingresar mi número telefónico y mi correo
electrónico en el ‘sistema’ de su empresa. “No, gracias”, respondí con
seriedad. “Mis datos no están a la venta y detesto las llamadas y los correos
publicitarios”. “Está bien, señor, pero sepa que su información ya anda rodando
por todas partes”, comentó el empleado con tono burlón.
Y el hombre tenía razón:
Nuestra hoja de vida está siendo vendida y nadie nos la está pagando. No es de
extrañar pues que cada hora lleguen a nuestro computador personal veintidós
correos promocionales (en los cuales ni el remitente ni su mamá aparecen
identificados) y nueve pantallas publicitarias que misteriosamente aparecen en
la mitad de lo que estamos leyendo.
Con tanta propaganda
indeseada el equipo se vuelve súper-lento o se queda quieto y, cuando ya vamos
a estallar, divisamos un e-mail recién llegado el cual, por provenir de un buen
amigo y buscando un poco de calma, procedemos a leer en espera de alguna estimulante
noticia. El tal amigo, que ya borré de mi lista de contactos, no escribe ni
siquiera un saludito y, en cambio, sí manda un anexo PowerPoint que demora
catorce minutos en abrirse y, con “La canción de la alegría” como música de
fondo, tiene el sugestivo título de “Cómo mejorar la paciencia a través de la
oración”.
Las ventas de la
información personal, que sus hábiles negociantes consiguen casi gratis, no
pararán de crecer. Las dificultades con mi computador personal son apenas la
punta del iceberg. Las bases de datos, localizadas quién sabe en dónde, conocen
con precisión lo qué compramos y en qué sitio, el modelo de nuestro vehículo, nuestro
banco (lo de ‘nuestro’ es un decir) y nuestros viajes. A nadie le gusta que lo
espíen pero pocos se están preocupando por ello; no todo es bueno en la era
digital.
Un crítico interesante de
esta incoherencia es el genio Jaron Lanier, uno de los pioneros de la ‘realidad
virtual’ y actual funcionario de Microsoft. Este científico (y músico)
norteamericano, a quien el gigante de tecnología le paga (supongo) para que
cuente lo que está pasando por su cabeza, reconoce el problema macro del
embrollo y se atreve a proponerle soluciones, advirtiendo de entrada las
dificultades que presenta su implantación.
Jaron Lanier le echa la
culpa de la anómala situación a la arquitectura misma de la web pues su diseño
promueve el intercambio de datos personales, a cambio de suministro sin costo de
diversos servicios como correo electrónico, redes sociales, blogs o websites. Dejando
claro que, por sus contribuciones a la tecnología, él mismo es parte de lo que está
criticando, el científico sugiere un complicado mecanismo para que las empresas
recolectoras de información cobren por los sistemas que están ofreciendo (en
vez de proveerlos gratis) y que, al mismo tiempo, paguen a las personas
naturales una micro-comisión por cada transacción de su venta.
No obstante la bondad de
la intención de Lanier, los pesos pesados de la tecnología -los beneficiarios
del negocio- difícilmente apoyarán los desembolsos de dinero a los millones de ciudadanos
comunes; el manejo de las transacciones para efectuar tales pagos resultaría
demasiado complejo. Por otra parte, la mayoría de usuarios posiblemente se
inclinaría por la continuidad de los servicios ‘gratis’, a pesar de los costos
escondidos en la pérdida de privacidad. ¡Qué paradoja!
Hace algunos días
comenté mi frustración por este insoluble dilema con otro viejo amigo -viejo tanto
por la antigüedad de nuestra amistad como por la lejanía de su fecha de nacimiento-
quien, de inmediato, puso una cara feliz. “¿Qué te pasa?”, le dije bastante
incómodo. “¿Te parece poco que no tengo tus problemas?” contestó. “¿No te han
robado jamás tu correo electrónico?” pregunté ahora medio furioso. “¿De qué me
estás hablando? Soy el único usuario de mi máquina de escribir, que no se
bloquea jamás ni necesita claves de acceso, copias de seguridad o programas antivirus”,
comentó a las carcajadas, para después largarse y dejarme hablando solo.
Gustavo Estrada
Autor de ‘Inner Harmony through Mindfulness Meditation”
gustrada1@gmail.com
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