La evolución y la selección natural nos diseñaron para
aprovechar los alimentos que estaban a la mano y para eludir los peligros
inminentes; las leyes que descubrió Darwin no nos programaron para vivir a
dieta, hacer ejercicio diario o suprimir hábitos entretenidos pero dañinos. Por
eso es tan difícil cambiar costumbres y las buenas intenciones casi siempre se
quedan en los propósitos de año nuevo.
Consciente de nuestra limitado compromiso con la salud,
el doctor David Spiegelhalter, estadístico de la Universidad de Cambridge,
resolvió meterle matemáticas al asunto con el fin de sacudirnos
‘cuantitativamente’ hacia los cambios favorables de estilo de vida. A su
sencillo invento lo denominó ‘microvidas’.
Una microvida es media hora de existencia y este inglés
desarrolló unas tablas que sirven para estimar el impacto ‘unitario’ de los
hábitos provechosos o dañinos en nuestra expectativa vital. Ganar una microvida
es aumentarle treinta minutos a nuestra duración; perder una microvida es
restarle esa misma cantidad. Todos sabemos que hacer ejercicio es bueno y fumar
es dañino; el doctor Spiegelhalter se tomó el trabajo de calcular en microvidas
la bondad de cada veinte minutos de gimnasio y la maldad de cada tres
cigarrillos.
La expectativa de vida de una persona, llamémosla X, es
una cifra aproximada que depende principalmente de su código genético. Esta X
se ajusta un poco con el entorno y un mucho con el estilo de vida. Veamos
algunas de las conclusiones del doctor Spiegelhalter. Por cada 1.25 porciones
(porción y cuarta) de frutas y vegetales que comamos, nuestra X aumenta una
microvida. Por cada día en el cual nuestro peso esté cinco kilogramos por
encima del valor ideal, nuestra X se rebaja treinta minutos.
Los primeros diez gramos de alcohol le agregan una
microvida a nuestra existencia (esta es la buena noticia); cada trago
adicional, del segundo en adelante, nos resta media microvida (esta es la mala
noticia; ya no podremos más creernos el cuento de que otro ‘whiskicito’ más no
nos hará daño). Los primeros veinte minutos de ejercicio aumentan dos
microvidas; los siguientes cuarenta minutos en el mismo día nos añaden tan solo
una. Ochenta y cinco gramos de carne roja rebajan una microvida y dos horas
frente al televisor nos quitan otra más.
Las microvidas no son, no pueden ser, exactas para un
individuo como tampoco lo es la X de su expectativa vital. No obstante, para
los promedios de muestras grandes resultan bastante precisas; por la forma como
ha llegado el doctor británico a sus cifras, estas son direccionalmente
correctas.
Las microvidas de cada hábito provienen de un cuidadoso
análisis de las estadísticas de salud inglesas. Por ejemplo, las microvidas que
nos rebajan los cigarrillos se basan en el promedio de los seis años y medio
menos que viven los fumadores y en los 16 cigarrillos diarios que, también en
promedio, se fuman los viciosos durante una vida humeante de 54 años (unas
311.000 unidades). Una aritmética simple conduce a once minutos de vida por
cigarrillo y, en consecuencia, tres cigarrillos nos quitan, redondeando el
cálculo, una microvida.
Por la carencia de estadísticas coitales fidedignas, el
doctor Spiegelhalter no menciona relación alguna entre hábitos sexuales y
microvidas. Tal silencio me recordó la historia de un amigo, ya solterón él,
cuyo médico, un católico recalcitrante, le interrogó sobre su vida marital.
“¿Qué tiene que ver la
sexualidad con mi malestar?”, replicó mi amigo bastante contrariado.
“Permítame, señor, hablarle sin rodeos para evitar malentendidos: Todos los
hombres nacemos con los ‘polvos’ contados”, agregó el galeno. “Cumplida su
cuota personal, el individuo se muere”. “Sus exámenes me indican, de ahí viene
mi pregunta, que su cupo total es de unos dos mil polvos”, dijo con extremo
énfasis. Pálido, el pobre paciente preguntó con terror al médico: “Doctor, ¿y
los polvos que se nos derraman en la mano también cuentan?” Les recomiendo,
lectores, que no le hagan caso a este fanático católico pero, por favor, sí
párenle bolas al profesor de Cambridge.
Autor de Hacia el Buda desde el occidente
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