Las comunicaciones humanas
son más corporales que verbales; lo que los oídos escuchan es apenas una
fracción de lo que nuestros interlocutores tienen en su cabeza, sobre todo si
son políticos. Todos podemos leer, hasta cierto punto, los gestos y las señales
que la gente nos envía involuntariamente. De hecho, antes del desarrollo del
lenguaje, nuestros lejanos ancestros se comunicaron a punta de expresiones
faciales, señas, gruñidos y garrotazos (modalidad esta última que, por
desgracia, todavía se utiliza).
Mucho nos queda de esas
habilidades remotas. El tema de esta nota son los adivinos de oficio
–quirománticos, cartománticos, terapistas de ángeles, astrólogos y similares-
un gremio de avispados que parecen poseer una capacidad especial para descifrar
el lenguaje no verbal de sus clientes y captar así jugosos dividendos. Veamos
los razonamientos detrás de tal aseveración.
Ante estímulos externos
–amenazas, ofensas, malas noticias-, nuestras emociones ‘explotan’ y se
manifiestan con diversas reacciones corporales como piel pálida, músculos
contraídos, sudoración o ceño fruncido.
El pionero de los estudios sobre la relación entre señales corporales y
emociones es el psicólogo norteamericano Paul Ekman, autor de ‘la gramática y
el diccionario’ del lenguaje no verbal, y consultor científico de la serie de
televisión ‘Miénteme’. Sus investigaciones han contribuido tanto a la
comprensión de las emociones como al estudio de los aspectos sociales de la
mentira.
La habilidad para leer
señales corporales es una manifestación de lo que Howard Gardner denomina
inteligencia interpersonal. Este psicólogo de la Universidad de Harvard
clasifica la inteligencia humana en ocho modalidades denominadas verbal,
lógica, espacial, musical, motriz, interpersonal, intrapersonal y naturalista.
La inteligencia interpersonal es la intuición de los sentimientos y las
motivaciones de otras personas. La empatía -la identificación mental y afectiva
con el estado de ánimo de los otros- es la característica sobresaliente de
quienes poseen inteligencia interpersonal.
Entre las profesiones que
exhiben inteligencia interpersonal destacada figuran los representantes de
ventas, los negociantes, los políticos y los asesores de comportamiento. Con una mezcla de los atributos de estas cuatro
ocupaciones, nos atrevemos a sugerir que los adivinos profesionales se
encuentran en esta misma categoría.
Todos podemos leer las
señales universales de las emociones primarias (alegría, sorpresa, ira,
tristeza, asco y miedo). La inteligencia interpersonal de los adivinos va más
allá y les permite captar los mensajes corporales sutiles de las emociones
secundarias (nostalgia, vanidad, optimismo, etc.) que para otros pasan
desapercibidos.
Nadie puede ‘leer’ las
frases o ‘distinguir’ las figuras que están en la cabeza de otro. La tecnología
computarizada de imágenes, con toda su sofisticación y mediante electrodos
conectados por todo el cráneo, apenas ha logrado reproducir bosquejos de los
objetos que una persona está pensando. Hasta allá no llegan los adivinos; ellos
sí pueden, en cambio, entrever los sentimientos, los temores y las expectativas
que sus clientes les transmiten en su lenguaje no verbal y, gracias a su labia
fenomenal, estos mentalistas (sí, también poseen inteligencia verbal) cautivan
a sus clientes y se aprovechan de ellos utilizando las frases que sus oídos
ingenuos quieren escuchar. El paciente de turno, por supuesto, se siente feliz.
Si les reconozco dos
formas notables de inteligencia, la interpersonal y la verbal, ¿por qué soy tan
negativo con los adivinos? ¿Por qué, consecuentemente, nunca los consulto? En
la capacidad para juzgar nuestro comportamiento moral (un atributo que el
doctor Gardner alcanzó a considerar para su lista de inteligencias pero que al
final excluyó) sí andan flojos los adivinos. Hay algo viciado en la explotación
de la ingenuidad humana; por ello eludo a videntes y brujos.
Tampoco visito a los
lectores de la mente porque en la confusa gama de sus modalidades de
adivinación y dado que soy medio bruto en inteligencia interpersonal, yo no
sabría distinguir entre un intuitivo serio que, interpretando mi lenguaje
corporal, pudiera asesorarme con profesionalismo, y un negociante locuaz cuyo
único interés es la profundidad del bolsillo de sus clientes.
Gustavo Estrada
Autor de Hacia el Buda desde el occidente
Autor de Hacia el Buda desde el occidente
gustrada1@gmail.com
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