Saturday, December 1, 2012

Adivinación e inteligencia interpersonal




Las comunicaciones humanas son más corporales que verbales; lo que los oídos escuchan es apenas una fracción de lo que nuestros interlocutores tienen en su cabeza, sobre todo si son políticos. Todos podemos leer, hasta cierto punto, los gestos y las señales que la gente nos envía involuntariamente. De hecho, antes del desarrollo del lenguaje, nuestros lejanos ancestros se comunicaron a punta de expresiones faciales, señas, gruñidos y garrotazos (modalidad esta última que, por desgracia, todavía se utiliza).

Mucho nos queda de esas habilidades remotas. El tema de esta nota son los adivinos de oficio –quirománticos, cartománticos, terapistas de ángeles, astrólogos y similares- un gremio de avispados que parecen poseer una capacidad especial para descifrar el lenguaje no verbal de sus clientes y captar así jugosos dividendos. Veamos los razonamientos detrás de tal aseveración.

Ante estímulos externos –amenazas, ofensas, malas noticias-, nuestras emociones ‘explotan’ y se manifiestan con diversas reacciones corporales como piel pálida, músculos contraídos, sudoración o ceño fruncido.  El pionero de los estudios sobre la relación entre señales corporales y emociones es el psicólogo norteamericano Paul Ekman, autor de ‘la gramática y el diccionario’ del lenguaje no verbal, y consultor científico de la serie de televisión ‘Miénteme’. Sus investigaciones han contribuido tanto a la comprensión de las emociones como al estudio de los aspectos sociales de la mentira.

La habilidad para leer señales corporales es una manifestación de lo que Howard Gardner denomina inteligencia interpersonal. Este psicólogo de la Universidad de Harvard clasifica la inteligencia humana en ocho modalidades denominadas verbal, lógica, espacial, musical, motriz, interpersonal, intrapersonal y naturalista. La inteligencia interpersonal es la intuición de los sentimientos y las motivaciones de otras personas. La empatía -la identificación mental y afectiva con el estado de ánimo de los otros- es la característica sobresaliente de quienes poseen inteligencia interpersonal.

Entre las profesiones que exhiben inteligencia interpersonal destacada figuran los representantes de ventas, los negociantes, los políticos y los asesores de comportamiento.  Con una mezcla de los atributos de estas cuatro ocupaciones, nos atrevemos a sugerir que los adivinos profesionales se encuentran en esta misma categoría.

Todos podemos leer las señales universales de las emociones primarias (alegría, sorpresa, ira, tristeza, asco y miedo). La inteligencia interpersonal de los adivinos va más allá y les permite captar los mensajes corporales sutiles de las emociones secundarias (nostalgia, vanidad, optimismo, etc.) que para otros pasan desapercibidos.

Nadie puede ‘leer’ las frases o ‘distinguir’ las figuras que están en la cabeza de otro. La tecnología computarizada de imágenes, con toda su sofisticación y mediante electrodos conectados por todo el cráneo, apenas ha logrado reproducir bosquejos de los objetos que una persona está pensando. Hasta allá no llegan los adivinos; ellos sí pueden, en cambio, entrever los sentimientos, los temores y las expectativas que sus clientes les transmiten en su lenguaje no verbal y, gracias a su labia fenomenal, estos mentalistas (sí, también poseen inteligencia verbal) cautivan a sus clientes y se aprovechan de ellos utilizando las frases que sus oídos ingenuos quieren escuchar. El paciente de turno, por supuesto, se siente feliz.

Si les reconozco dos formas notables de inteligencia, la interpersonal y la verbal, ¿por qué soy tan negativo con los adivinos? ¿Por qué, consecuentemente, nunca los consulto? En la capacidad para juzgar nuestro comportamiento moral (un atributo que el doctor Gardner alcanzó a considerar para su lista de inteligencias pero que al final excluyó) sí andan flojos los adivinos. Hay algo viciado en la explotación de la ingenuidad humana; por ello eludo a videntes y brujos.

Tampoco visito a los lectores de la mente porque en la confusa gama de sus modalidades de adivinación y dado que soy medio bruto en inteligencia interpersonal, yo no sabría distinguir entre un intuitivo serio que, interpretando mi lenguaje corporal, pudiera asesorarme con profesionalismo, y un negociante locuaz cuyo único interés es la profundidad del bolsillo de sus clientes.  

 

 

Gustavo Estrada
Autor de Hacia el Buda desde el occidente

gustrada1@gmail.com

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