La apreciación de algunas cosas sube y baja
con el tiempo; la de otras está siempre arriba y la de unas terceras, siempre
abajo. En este último grupo se encuentran los residuos de la digestión humana
que han tenido, en todos los tiempos y en todas culturas, una constante connotación
negativa. Pues se va a acabar la mala racha de los excrementos porque se están
volviendo médicamente importantes, muy importantes.
Expliquémonos. A los científicos que calculan todo
(las células en nuestro cuerpo, las estrellas en la Vía Láctea, las galaxias en
el universo…) les dio también por contar las bacterias que llevamos con nosotros;
su cómputo es la friolera de cien millones de millones (un diez seguido por
trece ceros) de ‘inquilinitos’, que viven en nuestra anatomía y no nos pagan
arriendo. Esta cifra es tan descomunal que supera en diez veces el número de
nuestras propias células; en unas ‘elecciones democráticas’ de nuestro
organismo los inmigrantes ilegales nos barrerían, suponiendo que nosotros somos
nuestras células y que las bacterias conforman el partido de los ilícitos.
¿Dónde habitan estas colonas? Por todo el
cuerpo: intestinos, pulmones, sistema reproductivo, piel, boca, ojos… La sumatoria
de estos bichitos se conoce como microbioma, expresión esta que, aunque no aparece
todavía en el Diccionario de la Academia, está de moda en los medios y, en
particular, en las revistas especializadas. La gran mayoría de estos comensalitos
(más de mil especies) constituye nuestra flora intestinal.
Las universidades están examinando a fondo las
bacterias invasoras e investigando exhaustivamente la forma cómo interactúan
con nuestra fisiología. De manera simplista, la medicina consideraba antes que ciertas
bacterias causaban diarreas y otras enfermedades infecciosas y que, destruyendo
a las causantes, la molestia desaparecía.
El asunto no es tan sencillo y la mayoría de
las bacterias no son malas. La ciencia está descubriendo que los desbalances en
el ecosistema microbiano, ocasionados por los antibióticos y la mala
alimentación, son causa de trastornos mucho más serios que van desde obesidad y
diabetes hasta enfermedades cardíacas y asma.
El trasplante de materias fecales, uno de los
experimentos utilizado con éxito para corregir el desequilibrio intestinal, es
la causa de la creciente importancia de los excrementos. Los exámenes coprológicos
se hacían antes para detectar la presencia de parásitos dañinos (amibas,
tricocéfalos, lombrices, etc.) en los pacientes enfermos. Muy pronto, vaticino
yo, comenzarán a efectuarse en las personas aliviadas para verificar la
ausencia de bichos malignos y sacar provecho de sus excrementos sanos. Veamos la
forma de hacerlo.
El ‘Clostridium difficile’, a manera de
ejemplo, es una bacteria que ocasiona una diarrea incontrolable y que, en Estados
Unidos, mata anualmente catorce mil personas. El doctor Mark Mellow del Centro
Médico Bautista de Oklahoma City, ha tratado con éxito decenas de pacientes
afectados por este microbio mediante enemas que contienen heces de personas
saludables. La flora buena transferida con estos enemas toma rápido el control
del intestino enfermo y el ‘Clostridium’ malo deja de ser ‘difficile’. El tratamiento
contra el ‘Clostridium difficile’ es el ejemplo estrella de lo que podría
hacerse para restaurar los desequilibrios del microbioma; de aquí proviene el
inusitado interés en los residuos fecales.
Con el fino humor característico de los ingleses,
la revista ‘The Economist’ dice que los traspasos de defecaciones son en verdad
un enfoque bastante crudo pero que, dejando de lado el factor ‘uuuuggghhh’, son
millares de veces más sencillos que un trasplante de riñón o corazón. El potencial
de este procedimiento fecal y de otros similares que vendrán es pues
extraordinario.
¿Comprenden ahora porque sostengo que los
excrementos se van a volver importantes? Es probable que en el futuro cercano
la expresión ‘usted es una m…’ deje de ser ofensiva y para muchos enfermos una
buena m… sea un gran motivo de alegría.
Gustavo Estrada
Autor de Hacia el Buda desde el occidente
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