Según
la teoría hinduista de la reencarnación, nacemos programados por el karma de
las acciones en nuestras existencias anteriores; la carga acumulada, más lo que
le sumemos o restemos con las acciones en la vida actual, determinará a su vez nuestras
existencias futuras.
Aunque
la ciencia no cree en reencarnaciones, algunas de sus investigaciones entran en
territorios que podrían asimilarse a interpretaciones modernas del karma; los
territorios a los que me refiero son el genoma, el conectoma y el micriobioma.
Y, no siendo esto en broma, procedo a explicarme.
Genoma,
conectoma y micriobioma forman parte de una epidemia de neologismos terminados
en ‘oma’, casi todos relacionados con biología, que comenzó hace veinte años y ya
ha “infectado” numerosas áreas. El sufijo ‘oma’ agrega la característica
de totalidad a la palabra que modifica (genoma, todos los genes; conectoma, todas
las conexiones; microbioma, todos los microbios). Se desconoce la etimología de
‘oma’ y bien parece ser uno de esos fenómenos lingüísticos que simplemente
ocurren.
El
genoma es la información hereditaria de un organismo codificada en su ADN. La
palabra fue acuñada hace casi un siglo pero solo se hizo famosa cuando comenzó
el mapeo del código genético en los años noventa. Nuestro genoma, proveniente de
los genes de nuestros antepasados, define buena parte de lo que somos (sexo, estatura,
rango de inteligencia, etc.)
Mientras
que el genoma localiza y grafica los genes en las células, el conectoma espera
hacer algo parecido, en un futuro intermedio, con las conexiones de los cien mil
millones de neuronas del cerebro. Dado que cada neurona puede comunicarse con
unas cinco mil vecinas, en las conexiones cerebrales estamos hablando de cifras
que “no caben en nuestra cabeza” (un cinco seguido de catorce ceros).
Al
genoma, definido completamente por la naturaleza, podríamos denominarlo karma
natural; el conectoma, moldeado por la cultura, equivaldría entonces al karma
cultural. Nuestro poder para modificar el karma natural es cero; nuestra
influencia sobre el karma cultural, aunque no nula, es muy inferior a la que
desearíamos. Muchas directrices de nuestra personalidad (como los niveles de
confianza, autonomía, iniciativa y laboriosidad en la teoría del psicoanalista
Erik Erikson) están casi completamente codificadas en el cerebro cuando
apenas tenemos doce años.
El
microbioma, que aún está en pañales, se refiere (1) a las más de mil especies
de bacterias que hay en diversas partes de nuestro cuerpo (intestinos, boca,
piel, etc.), (2) al código genético de las mismas, y (3) a sus interacciones
con nuestra fisiología. Nuestros microbios juntos pesan entre uno y dos
kilogramos; nacemos sin ellos pero a pocas horas de nuestra llegada al mundo ya
estamos colonizados.
El
microbioma es también una especie de karma, podríamos llamarlo karma ambiental,
porque algunos de sus bichitos ayudan en la regulación del sistema inmune;
otros afectan nuestro peso; otros más podrían intervenir en nuestros pensamientos
y nuestro comportamiento… La lista de
sus servicios (y perjuicios) es creciente. Hay algunas bacterias de las que
depende nuestra vida misma y son pues parte de nuestra identidad física, como
el corazón o el hígado. Igualmente, algunos científicos cognitivos consideran
que aquellos microbios que se entrometen en nuestros pensamientos y conducta debemos
considerarlos, a la par de las neuronas, componentes de nuestra identidad
psicológica.
Genética,
neurología y microbiología tienen pues áreas conceptuales que operan de manera
similar a las teorías del hinduismo; el genoma, el conectoma y el micriobioma determinan
o moldean nuestro destino, como si fueran karmas.
Sea
desde el punto de vista hinduista o científico, nada podemos hacer con las influencias
de nuestros antepasados metafísicos o genéticos. Tampoco podemos deshacer los
pecados que cometimos en la vida actual; nuestros errores ya hicieron sus daños.
Cosa
distinta es la cara futura de la moneda kármica. Allí la sabiduría oriental y
la ciencia occidental concuerdan: Lo bueno o malo que nosotros hagamos en nuestros
años pendientes –de ello no cabe duda- mejorará o empeorará los años de vida
que nos resten y las existencias de los que nos sucederán en el planeta.
Que nos refiramos a tales existencias como generaciones futuras o
reencarnaciones posteriores, eso tiene poca importancia.
Gustavo Estrada
Autor de Hacia el Buda desde el occidente
Autor de Hacia el Buda desde el occidente
gustrada1@gmail.com
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