Tuesday, August 9, 2011

Adicciones y amores: Por una cabeza

De tiempo atrás la biología del amor ha sido del mayor interés para los científicos. ¿Qué ocurre en la cabeza de los enamorados? Aunque las respuestas definitivas están aún pendientes, algunos estudios recientes han concluido que los flechazos de Cupido no son otra cosa más que una adicción —una vulgar adicción que, como tal, complace y duele—, idéntica al vicio de jugar o a la necesidad de consumir drogas. ¡Qué frustración para los románticos! Ocho décadas atrás, Carlos Gardel y Alfredo Le Pera, los dos célebres tangueros del sur, habían llegado ya una conclusión similar y así lo escribieron en una de sus más recordadas canciones.

El asunto está ahora bien claro: Las obsesiones del romance implican la producción de los mismos neurotransmisores que aparecen en las adicciones corrientes y en ambos eventos intervienen los mismos circuitos neuronales. Las neuronas son las células del sistema nervioso que se comunican entre sí mediante unas sustancias denominadas neurotransmisores; la programación cerebral de todo lo que hacemos ocurre en millones de circuitos neuronales —agrupaciones de neuronas— mediante un lenguaje químico que todavía nadie comprende.

Gardel, músico y cantante, fue recalcitrante apostador en los hipódromos; Le Pera, poeta y periodista, escribió la letra de varios de los tangos más conocidos de aquél. Para la canción que nos interesa, Gardel compuso la música y definió el tema —el cantante asoció su adicción a los caballos con las obsesiones románticas— y Le Pera se encargó de la letra. ¿El resultado? “Por una cabeza”, una cumbre musical, el celebérrimo tango que ha sido bailado en varias famosas películas —La lista de Schindler, Perfume de mujer, Mentiras verdaderas— e interpretado en muchas más.

Volvamos a la parte científica de las adicciones y el amor. En las adicciones comunes el factor enviciador aparece en la satisfacción de la urgencia o demanda de turno, sea bebida, droga o juego. En los idilios amorosos, la zanahoria obsesionante la provee el placer sexual, sea la experiencia ya consumada que busca repetirse o la posibilidad de la primera conquista. Vicio o amorío, la dopamina, una sustancia encargada de controlar los centros cerebrales del placer y de las gratificaciones, es el neurotransmisor principal que entra en acción en ambos casos.

Gracias a la tecnología de los escáneres, con la que están a punto de escudriñarnos hasta la consciencia, los neurólogos sabían de tiempo atrás que en los cerebros de los adictos la dopamina inunda unos sectores denominados el área tegmental ventral, el núcleo accumbens y la corteza orbito-frontal. La doctora Helen E. Fisher, bióloga y antropóloga de la Universidad de Rutgers en New Jersey, resolvió hacer comparaciones y estudiar los cráneos de unos cuantos enamorados frustrados.

Para tal propósito, la doctora Fisher se levantó quince voluntarios jóvenes (diez hombres, cinco mujeres), tan trastornados por el amor como Romeo y Julieta, que recién habían sido despedidos por su correspondientes parejas. Mientras les mostraba fotos de sus ex novios, la sádica investigadora les escaneó sus cerebros y ¡bingo! encontró que el “tegmental”, el “accumens” y el “orbito-frontal” se activaban tal cual como ocurre en los adictos a la nicotina o a la cocaína. (Con los nombres tan extraños que tienen esas regiones cerebrales, es apenas natural que el amor resulte una cosa complicadísima).

El tango del cual venimos hablando compara la frustración en las apuestas hípicas que se pierden “por una cabeza de un noble potrillo que afloja al llegar” con el amor ardiente de una “risueña mujer, que al jurar sonriendo el amor que está mintiendo, quema en una hoguera” toda la pasión del enamorado. Ni el apostador renuncia a los caballos a pesar de que así lo promete (“Basta de carreras, se acabó la timba” —el garito—) ni el enamorado al objeto del amor que le traiciona (“Por una cabeza, todas las locuras. Su boca que besa, borra la tristeza, calma la amargura”).

La comprensión de la naturaleza humana que este tango ofrece no proviene del análisis o la investigación. A diferencia del estudio de la doctora Fisher, aquí la similitud entre amoríos y apuestas es fruto de la intuición, la facultad de comprender las cosas sin necesidad de razonamiento. El filósofo Baruch Spinoza se refiere a la intuición como la capacidad de tener una visión de las cosas que va “más allá de los sentidos y la razón, no en su dimensión temporal sino a la luz de la eternidad”. Es de esta intuición, característica de los grandes artistas, que Gardel y Le Pera hacen generosa gala en “Por una cabeza”.




Gustavo Estrada


Autor de Hacia el Buda desde el occidente

2 comments:

Anonymous said...

En esta nota hay demasiada generalizacion de adicciones y amores. En ellas hay variaciones tanto de tipo como de intensidad.

LOVE said...

Gustavo: Nos quedas debiendo por que se acaba esta "adiccion" del amor con el tiempo, lo que no sucede con los narcoticos que se intensifican.