Los seres humanos poseemos la capacidad de ajustar nuestros controles
vitales a fin de mantener la funcionalidad de cada órgano y así conservarnos
vivos. Gracias a esta capacidad, por ejemplo, la temperatura
del cuerpo se sostiene en 36.8 °C, la alcalinidad de la sangre gira alrededor
de 7.4… Y buena parte de los desarreglos de salud (infecciones, indigestiones,
heridas menores…) se reparan sin intervenciones externas.
¿Por qué ignoramos tan
extraordinaria cualidad y acudimos con tanta frecuencia a recursos externos (médicos,
drogas, pociones, tratamientos…), si la gran mayoría de las veces nuestro organismo
podría recuperarse espontáneamente? Los pacientes -los responsables de decir
‘no’ a los remedios y al bisturí- con la complicidad de los profesionales de la
salud somos los principales culpables.
Comencemos con los
pacientes. El mundo moderno no solo es exigente con nuestro tiempo -dizque no
podemos darnos el lujo de enfermarnos- sino que los analgésicos nos volvieron demasiado
flojos para el dolor. Afanes y malestares por igual nos generan estrés y las
tres cosas juntas -urgencias, dolencias, angustias- convierten un mal menor en
un martirio que requiere clínico.
Y sigamos con los
médicos. Como odiamos que nos
digan que nuestros problemas están en la cabeza, el doctor tiene que recetarnos
al menos una sustancia, mandarnos unos cuantos exámenes, o remitirnos a varios
especialistas; sin falla alguna, estos cerebros nos han de descubrir alguna
enfermedad con nombre raro. Si el facultativo escogido estuvo recientemente en
un congreso en Houston, o acaba de comprar un sofisticado equipo para un
tratamiento novedoso pues… Estaremos sufriendo de algún síndrome recién
identificado o necesitaremos el procedimiento que ejecuta el flamante aparato.
Parafraseando al psicólogo norteamericano Abraham Maslow, “cuando la única
herramienta disponible es una tecnología, todos los problemas se parecen a los
que esa tecnología resuelve”. (El doctor Maslow habló de ‘martillo’ y ‘clavos’).
Me inclino ante los prodigios de la medicina moderna; sus desarrollos en
las últimas décadas están más allá de la imaginación. Me gusta, sin embargo,
recalcar que la vida es un portento aún mayor y su misterio siempre será motivo
de asombro. Por ello me encantan los médicos que encuentran bien a sus
pacientes y, arriesgándose a demandas, logran convencerlos de ello. Si algún
galeno me ubica un problema que requiere cirugía, pues busco otro profesional
que le lleve la contraria.
Con el apoyo de segundas opiniones le he sacado el cuerpo, literalmente, a
más de media docena de intervenciones: Una de columna por una hernia discal (que
luego se arregló con la ayuda de un quiropráctico coreano); un recorte de tibia
y peroné, dizque para corregir un problema de rodilla en la otra pierna (la
cual se reparó a punta de ejercicio); una criocoagulación ocular para prevenir
un desprendimiento de retina (que un competente retinólogo contradijo); un tratamiento
con láser recomendado por un médico caleño con el cual mi oftalmólogo bogotano
estuvo en desacuerdo…
Este último profesional, fiel al juramento hipocrático y tras enfatizar que
no era tan agresivo en los tratamientos como su colega de Cali, pronunció
durante mi consulta una frase, digna de ser enmarcada, que cerró con una
burlona sonrisa: “La naturaleza funciona perfectamente hasta cuando los médicos
intervenimos.”
¿Qué podemos hacer los pacientes
para corregir nuestra dependencia de médicos y medicinas? Pues ser ‘pacientes’
con la naturaleza, como recomienda mi oftalmólogo bogotano. Debemos tener fe en
nosotros mismos, en la capacidad de nuestro organismo para auto-repararse. “Tu
fe te ha sanado”, repite con insistencia Jesús de Nazaret tras las numerosas
curaciones que relatan los evangelios.
Escribe el antropólogo norteamericano John A. Denton, de ‘Eastern Kentucky
University’, en una nota sobre los beneficios inciertos de muchos tratamientos:
“Si para mi bienestar tuviera que escoger entre (la sabiduría de) los millones
de años de evolución biológica de un organismo que se auto-regula (mi cuerpo) y
los conocimientos de un médico, quizás sesgados, falsos o engañosos, me iría
por la primera alternativa; a los doctores los busco solo en emergencias”.
Aunque tal postura puede sonar radical, la realidad incuestionable es que
hay muchas acciones que sí podemos tomar antes de doblegarnos ante las drogas y
los procedimientos formulados. Confiar con prudencia en la capacidad de
auto-recuperación de nuestros sistemas orgánicos es la más importante de ellas.
Gustavo Estrada
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