Sunday, May 18, 2014

La sabiduría de la naturaleza



Los seres humanos poseemos la capacidad de ajustar nuestros controles vitales a fin de mantener la funcionalidad de cada órgano y así conservarnos vivos. Gracias a esta capacidad, por ejemplo, la temperatura del cuerpo se sostiene en 36.8 °C, la alcalinidad de la sangre gira alrededor de 7.4… Y buena parte de los desarreglos de salud (infecciones, indigestiones, heridas menores…) se reparan sin intervenciones externas.

¿Por qué ignoramos tan extraordinaria cualidad y acudimos con tanta frecuencia a recursos externos (médicos, drogas, pociones, tratamientos…), si la gran mayoría de las veces nuestro organismo podría recuperarse espontáneamente? Los pacientes -los responsables de decir ‘no’ a los remedios y al bisturí- con la complicidad de los profesionales de la salud somos los principales culpables.

Comencemos con los pacientes. El mundo moderno no solo es exigente con nuestro tiempo -dizque no podemos darnos el lujo de enfermarnos- sino que los analgésicos nos volvieron demasiado flojos para el dolor. Afanes y malestares por igual nos generan estrés y las tres cosas juntas -urgencias, dolencias, angustias- convierten un mal menor en un martirio que requiere clínico.

Y sigamos con los médicos. Como odiamos que nos digan que nuestros problemas están en la cabeza, el doctor tiene que recetarnos al menos una sustancia, mandarnos unos cuantos exámenes, o remitirnos a varios especialistas; sin falla alguna, estos cerebros nos han de descubrir alguna enfermedad con nombre raro. Si el facultativo escogido estuvo recientemente en un congreso en Houston, o acaba de comprar un sofisticado equipo para un tratamiento novedoso pues… Estaremos sufriendo de algún síndrome recién identificado o necesitaremos el procedimiento que ejecuta el flamante aparato. Parafraseando al psicólogo norteamericano Abraham Maslow, “cuando la única herramienta disponible es una tecnología, todos los problemas se parecen a los que esa tecnología resuelve”. (El doctor Maslow habló de ‘martillo’ y ‘clavos’).

Me inclino ante los prodigios de la medicina moderna; sus desarrollos en las últimas décadas están más allá de la imaginación. Me gusta, sin embargo, recalcar que la vida es un portento aún mayor y su misterio siempre será motivo de asombro. Por ello me encantan los médicos que encuentran bien a sus pacientes y, arriesgándose a demandas, logran convencerlos de ello. Si algún galeno me ubica un problema que requiere cirugía, pues busco otro profesional que le lleve la contraria.

Con el apoyo de segundas opiniones le he sacado el cuerpo, literalmente, a más de media docena de intervenciones: Una de columna por una hernia discal (que luego se arregló con la ayuda de un quiropráctico coreano); un recorte de tibia y peroné, dizque para corregir un problema de rodilla en la otra pierna (la cual se reparó a punta de ejercicio); una criocoagulación ocular para prevenir un desprendimiento de retina (que un competente retinólogo contradijo); un tratamiento con láser recomendado por un médico caleño con el cual mi oftalmólogo bogotano estuvo en desacuerdo… 

Este último profesional, fiel al juramento hipocrático y tras enfatizar que no era tan agresivo en los tratamientos como su colega de Cali, pronunció durante mi consulta una frase, digna de ser enmarcada, que cerró con una burlona sonrisa: “La naturaleza funciona perfectamente hasta cuando los médicos intervenimos.” 

¿Qué podemos hacer los pacientes para corregir nuestra dependencia de médicos y medicinas? Pues ser ‘pacientes’ con la naturaleza, como recomienda mi oftalmólogo bogotano. Debemos tener fe en nosotros mismos, en la capacidad de nuestro organismo para auto-repararse. “Tu fe te ha sanado”, repite con insistencia Jesús de Nazaret tras las numerosas curaciones que relatan los evangelios.

Escribe el antropólogo norteamericano John A. Denton, de ‘Eastern Kentucky University’, en una nota sobre los beneficios inciertos de muchos tratamientos: “Si para mi bienestar tuviera que escoger entre (la sabiduría de) los millones de años de evolución biológica de un organismo que se auto-regula (mi cuerpo) y los conocimientos de un médico, quizás sesgados, falsos o engañosos, me iría por la primera alternativa; a los doctores los busco solo en emergencias”.

Aunque tal postura puede sonar radical, la realidad incuestionable es que hay muchas acciones que sí podemos tomar antes de doblegarnos ante las drogas y los procedimientos formulados. Confiar con prudencia en la capacidad de auto-recuperación de nuestros sistemas orgánicos es la más importante de ellas.

Gustavo Estrada


 

No comments: